martes, 23 de octubre de 2007

1996: LA HORA DE LOS ASESINOS





A escasas horas de la última masacre (continuación de la permanente masacre que llena nuestra historia desde la invasión que se inicia en 1492), nos tocó la desagradable experiencia de escuchar el primer comentario a manera de chiste sobre tan gigantesca tragedia. Tal vez se quiso hacer gala del conocido "humor negro". Dijo el personaje: lo único bueno de la quemazón de malandros es que quedaron un bojote de cupos para meter a otros más peligrosos. Y de inmediato el profesional universitario y sus interlocutores celebraron la gracia. Nuestra interrogante fue inmediata: ¿Y si esto ocurre en el ámbito universitario, que no se dirá a nivel popular?

En efecto, horas después comprobamos que eran varios los "chistes" sobre la masacre de La Planta. Pero, ¿a quién, más allá de los familiares cercanos importa estos muertos? ¿A quién duele esta tormenta? Hemos llegado a tal grado de insensibilidad que hasta hacemos saber por todas partes que tragedias como ésta no nos conmueven porque estamos completamente acostumbrados a ellas. Con nuestra actitud demostramos que nada tenemos que ver con la muerte ajena. Sólo nos importa la muerte cuando nos mueve la casa, la estructura familiar. De resto, nada ha pasado.

Lo único que nos puede hacer reaccionar en una dirección u otra es un buen viaje de publicidad-manipulación. Si por alguna extraña circunstancia los medios de incomunicación les interesara enfrentar la masacre de La Planta, entonces el colectivo social podría cerrar filas alrededor de quienes convocan a un enfrentamiento. Pero, por lo general, esto no ocurre y por el contrario, se crean situaciones distraccionistas encargadas de alejar al país de cualquier situación inconveniente.
En el caso que nos ocupa, todo sucedió como parte de un plan. Conjuntamente con la masacre hacen preso al astrólogo que en la reunión del Grupo Santa Lucía había dicho que el Señor Presidente fallecería el próximo año. Lo llevaron a la Disip para que declarase durante varias horas y luego lo soltaron. La detención sirvió para que el universo de la comunicación hallase un objetivo mucho más atractivo y rentable que el producido en La Planta. En forma inmediata se desecharon las duras imágenes de la masacre carcelaria para dar espacio al espectáculo que se montó a partir de la declaración del astrólogo y la orden del Señor Min-interior que nadie acaba de entender.

¿Mandó a investigar al astrólogo por lo que dijo o por reunirse con un grupo que se ha calificado hasta de conspirador? ¿Y por qué no hace investigar a su Viceministro que también estuvo en esa reunión? En todo caso, lo que quedó perfectamente claro fue algo muy específico: astrólogo mata Planta.

O ES DISTINTA LA HISTORIA O SIGUE EL MISMO CRIMEN

Y esto es esencial para impedir que se propaguen imágenes inconvenientes a la tranquilidad pública a la hora en que se ha impuesto la discusión sobre el fenómeno tortura en la Venezuela reciente. En efecto, a partir del informe del Pentágono sobre la preparación que se hizo en el país a nivel de las FAN para la utilización de la tortura como factor fundamental en la lucha antiguerrillera, se ha replanteado los niveles de gravedad que ha adquirido la violación de los derechos humanos.

De nuevo se ha sacado a relucir el asesinato en el aparato de tortura, la figura del desaparecido, el fusilado, emboscado, masacrado o aniquilado. En el caso de La Planta estamos en presencia de una situación particularmente delicada. Es el asesinato colectivo que da continuidad a la masacre establecida en este ámbito desde el momento mismo en que la "civilización" toma a sangre y fuego estas tierras, sus frutos y sus hombres. Desde entonces se instala aquí la industria de la violencia, una de cuyas expresiones se conoce hoy como delincuencia. Por ello hemos dicho que el primer delincuente de este continente es Cristóbal Colón.

Y desde entonces el fenómeno se ha multiplicado en la misma medida en que se desarrolla una sociedad cuya historia tiene como base y fundamento la propiedad privada y la distinción de los hombres en poseedor y despojado, saqueador y saqueado. A este esquilmado se le condenó desde entonces a vivir en medio de los más terribles padecimientos, se le convirtió en pueblo, es decir, en gente sin propiedad, riqueza, ni ganancia. En alguien que sólo puede sobrevivir, vender sus fuerzas a los dueños del capital para que vea aumentado sus beneficios. Y es precisamente sobre esos despojados donde recae históricamente el estigma de delincuente. El es el violador de una ley que el dueño y señor hizo para proteger su propiedad y su manera de vivir permanentemente del saqueo.

El pobre es entonces el delincuente. No es posible históricamente aplicar este calificativo al rico, él no delinque, nunca está al margen, sino dentro y en la propia observancia de la ley. Y a la vez a quienes asumen posiciones que coinciden con la defensa de los intereses de esa "mayoría delincuencial" el orden los considera como delincuentes promotores de una violencia delincuencial. Por ello y de acuerdo con este criterio, es importante enfrentar esa violencia en forma extrema como en el caso de La Planta y en forma permanente o gradual en el caso de la violencia que llega, en determinadas circunstancias, a calificarse de revolucionaria, que tiene entre sus propósitos conformar una realidad en la cual no existía la causalidad que genera al delincuente.

No se trata entonces de la relación Asesinatos-Astrólogo. Las cosas van más allá. Aquí, hoy como ayer, se plantea la misma constante histórica: mantener la tortura y el asesinato como entidades fundamentales para la conservación y consolidación del saqueo. Por ello, ésta es hoy, una sociedad donde se impone el deslinde: se está con los asesinados o en contra de ellos.

Y en el caso de la Venezuela 1996 ¿Habrá que admitir que es la hora en la cual los asesinos tienen y mantienen todos los poderes? ¿Es que habrá de esperar la hora de la muerte suprema para que ocurra algo distinto en la historia de este país? Las muertes de personalidades por "grandes" que sean, no tienen por qué significar el cambio de una sociedad. Esa tarea corresponde a las luchas de un pueblo que asuma la condición de agente de su propia historia. ¡Sancho, o se hace una historia distinta o se sigue acompañando el crimen!


En Respuesta, Ultimas Noticias. Caracas, Lunes 4 de noviembre de 1996, p. 54.




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